Santé et joie de vivre, chers amis!
Voilà! Joli, n'est-ce pas?
A lo mejor alguien se pregunta qué me pasa hoy que parece que estoy más afrancesado que de costumbre.
Trataré de explicarme con brevedad: resulta que acabo de "toparme" con un texto publicado esta misma semana por Joseph-Antoine FilsdePierre (alguien ya conocido en JapimondeiLand: 1,2) y ando entusiasmado con él (el texto, me refiero). Es lo que pasa cuando encuentras alguien capaz de poner negro sobre blanco pensamientos o intuiciones que tú ya has tenido alguna vez y encima, es capaz de hacerlo con muchísima más argumentación, contundencia y gracia de lo que tú jamás conseguirías hacerlo.
En estos casos, lo mejor que puedes hacer es quitarte el chapeau, hacer un copiar y pegar y dejar por aquí esas reflexiones esperando que ni a su autor ni a ti, os caigan muchas collejas por ello.
Espagne
Aspecto que tendría una tasca cualquiera de Albacete de
haber triunfado los planes de Napoleón Bonaparte
Hay dos tipos de españoles, los patriotas y los que tenemos
sentido común. Los primeros no merecen mayor comentario; bastante tienen con lo
que tienen. Los interesantes son los segundos, esos que tiran como pueden con
la desgracia de tener una nacionalidad tan chapucera.
En esta última y lamentable categoría se engloban los
nacionalistas periféricos, tan de moda últimamente, los perroflautas, los
existencialistas y los nacionalistas desubicados, grupo este último al que
orgullosamente pertenezco.
En mi caso, hace ya varios años que decidí reivindicar las
virtudes sin parangón de la república francesa, haciendo caso omiso a sus
numerosos defectos. Todo en Francia me enamora: su cinema, su chanson, su
cuisine, su himno nacional, cantado como se canta en Casablanca, y esa mirada
de profundo asco con que miran los parisinos. Me gusta hasta lo bien que les
arden los coches en los suburbios.
El nacionalismo desubicado, además de ser una opción
política más bien minoritaria, es un estupendo mecanismo de defensa. Son muchas
las ocasiones en que, mirando la última noticia de tal o cual corrupto, me digo
en alto: "esto en Francia no nos pasa". Aunque pase y aunque yo no
sea francés; eso es lo de menos. Lo importante, como el lector sin duda habrá
entendido, es el chauvinismo.
Entre quienes deseamos pertenecer a otro Estado, exista éste
o no, hay disensión sobre el momento en que España dejó de ser una patria digna
de orgullo. Los paracaidistas, esos que no quieren ser españoles solo porque
ahora no tienen trabajo, culpan a Zapatero o a Aznar o a los padres de la
Transición como mucho. Los hay que culpan a Franco, o a los reyes católicos, o
a los moros, o a Colón. Hay también quien opina que ya en las cuevas de
Atapuerca algo se jodió irremediablemente y no hemos levantado cabeza desde
entonces.
Tonterías.
España se fue por el barranco el día en que Napoleón soltó
aquello de: "pues nada, oye, que os den por el culo". Aquel día
perdimos lo que un político contemporáneo, tirando de lugar común, llamaría Una
Oportunidad Histórica.
Cada vez que florece un nuevo presunto, cada vez que se
nacionaliza algo que otro mangante privatizó o que algún presidente
democráticamente electo no entiende su propia letra, me cago en el puñado de
catetos que venció a las tropas napoleónicas. Entiendo, por supuesto, la
humillación de que le invadan el país a uno, pero peor es la humillación de que
ni invadirte quieran. Y en ésas estamos.
A veces, cuando veo que el Telediario cierra con un mono en
patinete para no hablar de las manifestaciones, me imagino cómo sería esa
Espagne que casi fue. Me imagino a mujeres con cuellos larguísimos diciendo
bonjour y merci y vendiendo el New York Herald Tribune por las calles. Me
imagino a señoras de setenta años que saben quién es Camus llamando Cagfug al
Carrefour y a políticos con trajes que les quedan bien de manga.
Habrá quien me diga que Francia no es así. Y no lo es,
claro. Pero España, mucho menos.
.